23.6.14

Nunca se había puesto a pensar acerca de cuán grande era la piedra que llevaba cargando en su espalda. La piedra invisible que todos tenemos. Hasta ahora había decidido inconcientemente ocupar ese lugar de víctima, en el que sólo los demás podían hacerle daño y sólo ellos tenían el derecho indiscutible a cargar con la piedra. Ese papel que a todos nos gusta tanto actuar.
Un día se preguntó si su piedra era tan grande como para merecer el dolor que los otros le causaban. Podría haber herido a miles de personas a lo largo de su vida sin siquiera prestar atención. Alguien que le prestó demasiada atención y para ella no significó más que unos días de diversión. Alguien a quien abandonó. Alguien a quien traicionó. Pero no, mirarse a sí misma y admitir las culpas que causó a aquellos que fueron nada más que pequeños roces en su vida, resultaba imposible. Ahí miró a su alrededor y se dio cuenta de que todos somos culpables y no hay nadie que sea inmune a los demás, de que así como ella sufría podría haber hecho sufrir a tantos otros. Es una conclusión demasiado simple y paradójicamente demasiado difícil de incorporar, así es como todos vamos a seguir hiriéndonos unos a otros, sin parar, sin pensar y sin preguntar.