13.4.15

Hubo un día
alguna vez
existió un día. En donde las hojas caídas en la plaza recobraron su belleza, o mejor dicho, su importancia. Donde el pájaro que volaba allá lejos empezó a verse otra vez como pájaro, como ser, y se contempló durante varios segundos y también minutos, y se tomó el tiempo necesario para hacer que cada aleteo realce su vuelo y para que su simple figura de ave, que había sido siempre de la misma forma, pueda renacer ante los ojos de alguien. Donde el ruido del pisar de las hojas secas duró una eternidad en los oídos de otro, y se hizo música. Donde incluso el paisaje cotidiano y miserable de la multitud urbanizada comenzó a sentirse liviano, como si alguien atravesara la ciudad desde arriba y pudiera ver el encanto de la monotonía, que a veces no se llega a apreciar estando tan cerca de todo. Los autos que retrasaban el paso de los otros, las bocinas y el olor a gasolina fueron poesía para muchos.
Donde alguien, de pronto, observó con detalle el rostro de otro alguien -cuya presencia sólo había sido notada como la figura insignificante del que sirve el café por la mañana en la oficina- Y fue un rápido estremecimiento en la piel para aquel que, en un segundo, notó que sus ojos tenían exactamente el mismo color del café que le alcanzaba todos los días a su escritorio. Y el gusto del café se sintió como un pinchazo de dulzura en su paladar al imaginar que se estaba bebiendo los ojos de alguien tan hermoso.
El día donde todo fue película.
Donde nadie tuvo que olvidar nada para ser feliz
sino que todos aprendieron a transformar los recuerdos.